"El trabajo dignifica"

El trabajo dignifica. Desde pequeño había escuchado esta frase y la verdad es que la comparto al 100%. No hay nada más gratificante que tu primer sueldo o disfrutar del dinero que tu mismo te has ganado con tu sudor o esfuerzo.

Hoy os quiero hablar de uno de los trabajos más duros que he hecho: Comercial a “puerta fría”, sin embargo siempre agradeceré el haber pasado por ello, ya que además de traumática ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida.




Corría el invierno del 2000 cuando y después de dejar 2 de Batxiller por ser un vago y un holgazán (siempre me arrepentiré de esa decisión), me encontré con un ambiente familiar duro debido a la decepción de mis padres al dejar los estudios por lo que me cortaron el grifo a la hora de caprichos como ropa, cenas con mi pareja de aquellos tiempos y demás gastos de un joven de 18 años. Ante ello, no me quedó más remedio que buscar un trabajo. Y, sin experiencia (solo había trabajado los veranos en el campo y en el sector de la construcción) y sin estudios poco había que rascar, por lo que, y después de numerosas llamadas poco exitosas, lo único que consegui fue una entrevista en una conocida empresa que se dedica a la venta de libros y enciclopedias.

Una entrevista que fue todo un éxito y es que hasta el más tonto del pueblo es capaz de hacer el trabajo. Hacerlo bien es otra cosa, pero como sino vendes no cobras, a la empresa se la suda un pie. Salí de la reunión con el jefe convencido de que podría ser un buen trabajo, confiaba en mi oratoria para encasquetar todo tipo de libros a jubiletas, pensionistas y amas de casa, a la par de que me imaginaba montandome folladas con jovenes estudiantes que se fumaban las clases tal y como yo hacía meses atrás. Cuan equivocado estaba.

Cuando dije a mis padres lo de mi trabajo se alegraron a medias. Y es que a pesar de ser un trabajo “jodido”, valoraron mi capacidad en buscarme la vida días después de dejar el “habito colegial” aunque no me apoyaban y ni me dieron dinero para comprarme un traje para el laboro. Y es que la imagen es esencial en este trabajo. No me quedo más remedio que ponerme un traje de mi padre, 20 cm más bajo y con 25 kilos más de peso. Imaginad la situación. Un traje que me iba inmensamente ancho y corto. Aún no sé como fui capaz de presentarme de esa guisa a mi primer día de trabajo.

Me tocó una compañera con más experiencia y me fue guiando las primeras horas. Yo la escuchaba como intentaba embaucar a la pobre gente (siempre y cuando se dignasen a escucharla) mientras yo solo asentía con la cabeza cual robot. Recuerdo una visita a la casa de un chico de mi edad que nos recibió en gallumbos y empalmado y no dejó de tocarse el rabo en toda la visita o la de un jubilado más sordo que una tapia donde mi compañera empezó a hablar muy fuerte y apareció el hijo increpándonos por “chillar” a su progenitor. ¿Amas de casa? Si, haberlas haylas. Pero en ese tiempo, era muy exquisito y no les veía nada de morbo.


Pasada la mañana me tocó la primera visita en solitario. Un edificio antiguo y del extrarradio con numerosos jovenes ninis en el portal dandome la bienvenida a modo de risas por mi atuendo. Interiormente me cagué en sus madres. Primer piso. Puerta A. Ding dong. Sale una mujer mayor. 75 años. Me presento. Me dice que es muy mayor para leer. No insisto, no es lo mismo que una persona entre a un negocio interesado en algo que ir tu a molestar a alguien a su casa. Si dicen no es que no. Me para y me dice si le puedo ayudar en algo de unas facturas que no entiende. Por supuesto. Me espero en la puerta. Al irse para dentro de la casa, aparece un gato negro de grandes dimensiones y que se situa justo entre el portal y el rellano. Me mira fijamente. Lo miro. Nos desafiamos. Acerco un poco el pie a la casa y me levanta la zarpa en señal de aviso. Me pico. Intento acercarme suavemente con el pie al portal ( a unos 50 cm de mi posición. Me bufa. Veo su faron y sigo la apuesta. Solo quedan 10 cm para traspasar el portal. Me bufa, está vez más fuerte. ¿Faroles a mi?. 5 cm. Y se lia la de San Quintín. De un salto se agarra a mi muslo fuertemente con las zarpas y me muerde a pocos cm de la entrepierna. Sube la mirada. Orejas hacía atrás. Cara de psicopata. Noto ya la sangre en los muslos e intento deshacerme de su ataque con patadas al aire para lograr que se desenganche. El felino se aferra a mi muslo cual yonki a su última papela. Pasan 10 segundos. 20 segundos. La vieja no aparece y el gato permanece inmovil. En un intento a la desesperada entro a la casa de la vieja a pata coja y con el gato enganchado. La vieja se asusta y el gato se suelta. La mujer insiste en curarme. Quien me iba a decir a mi que en mi primera visita acabaría en un baño en calzoncillos y con una mujer sentada en la taza del vater con la cabeza a la altura de mi polla. No. No pasó nada más que unas curas de urgencia al estropicio que me había su puto gato. Le doy las gracias por todo a la mujer, no sin antes prometer que algún día llevaría a los gatos callejeros de mi barrio a esa casa para que le dieran su acometido al negraco . Y conozco una docena de gatos de batalla de mi calle, que por una lata de atún son capaces de matar.


Salgo de la casa. Traje agujereado. Cojera considerable y ganas de matar. Pero hay que seguir trabajando. 1B. Ding Dong. Esta vez la “victima” es un hombre de unos 40 años. Me cuenta que está parado y que no compra ni el pan y que vive de la caridad de su familia. Suena su móvil. 8310. Movil de última generación en aquellos tiempos. Cuelga. Sé que no tenía derecho a decirlo pero le suelto un: “Menudo movil manejas para ser pobre”. Reacciona mal. Muy mal. Me llama maleducado mientras me pega un empujón que pegó casi a la casa de la vieja. Debido al ruido sale de nuevo la vieja. Y el gato. Estoy en el suelo. El gato a 50 cm de mi cara, la vieja mediando, y el hombre vacilandome y amenzandome. Me tiro a lo kamikaze por las escaleras, tan antiguas como el edificio, y empinadas como mi órgano reproductor al ver a Marta Nieto en Hermanos y detectives. Es mi amor platónico. Ella lo sabe. No me quiere, pero me felicita por mi aniversario.


La ostia fue de órdago. Contusiones múltiples. Traje destrozado. No hay nada roto. Salgo a la carrera de ese edificio. Los jovenes vuelven a burlarse. Cojo mi movil (Alcatel One Touch Easy). Lo abro. Cojo la batería y la tiro por la primera alcantarilla que veo. No quiero saber nada más de esa gente. Llegó a mi casa y al día siguiente vuelvo al Instituto a pedir de rodillas que me dejen volver a estudiar.
3 horas de comercial y que significaron mucho en mi vida. 

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