
Julio del 95’. En plena adolescencia y con las hormonas revolucionadas pocas cosas eran las que me lograban sentarme un rato frente al televisor. Una de ellas era el Tour de Francia, con la inconmensurable voz de Pedro Gónzalez (en paz descanse) a los aparatos y los gladiadores de maillot en la carretera donde destacaban el gran Miguelón Induráin, Rominger, Jalabert o un joven Marco Pantani, que ya ofrecía grandes exhibiciones de montaña.
Un vez terminada la etapa, cogía mi bicicleta para reunirme con el resto de amigos de la pandilla por aquel entonces, aunque a día de hoy sigo teniendo contacto con la gran mayoría. Una tarde de esas, mientras degustábamos de un helado al borde de la piscina municipal decidimos crear nuestro propio Tour, y aprovechando que estábamos en un pueblo montañoso, podríamos diseñar todo tipo de etapas. Esa misma tarde con mucha ilusión pero pocos recursos tecnológicos fuimos a casa de Toni a diseñar lo que serían las 4 etapas, así como también todos aquellos detalles propios del tour.
Cada uno de nosotros representaría a un equipo (Banesto-Carrera-ONCE-Festina-KELME, Motorola, etc), y pintamos nuestas camisetas, de publicidad como llevabámos todo el verano, conforme las de nuestro equipo. Eso si que era creatividad y no la que nos castigan gran parte de los publicistas de ahora.
En una tarde lo dejamos todo preparado para iniciar el Tour al día siguiente, una vez hubiera terminado la etapa en Francia. La primera etapa, de unos 5 km de distancia, tenía de todo, subida a montaña, (cuatro cuestas para arriba), metas volantes, sprint especiales y un final en recta que anunciaba un final en sprint.
Los cojones. Fue empezar y el pelotón se disipó en unos metros, y es que la decena de participantes salimos en tromba a por la primera meta volante, no sin antes, dos integrantes se estamparan en la primera curva, eso sí ninguno de nosotros nos preocupamos por ellos, hasta una vez superada la meta volante. Después, empezaron las trampas, los atajos y logicamente los enfados propios de esa época, que terminó por dividir el grupo algunos días, y por dar por terminado el Tour con tan solo una etapa disputada. Y no fue hasta la semana siguiente y coincidiendo con un partido de futbol-sala ante chicos del pueblo rival, una gran celebración antaño y lugar ideal para que las hamijas te vieran, cuando volvimos a ser una piña.
Todo esto lo he pensado hoy, cuando paseando por mi ciudad he visto un par de
zagales de mi edad en 1995, estaban sentadados en un banco, bien vestidos y repeinados, con una gran ausencia de conversción y donde sobresalía un molesto pitido que imagino que sería de la Blackberry o sucedaneo. No sabéis la pena que he sentido por ellos, y lo afortunado que me siento por haber vivido mi adolescencia en otra época. Y es que, aunque valore y aproveche la llegada de la nuevas tecnologías, el abuso de las mismas nos está matando en vida.
¿Dónde quedan aquellas declaraciones en directo a la chica que te gusta?
¿Dónde quedan aquellos partidos de fútbol que empezaban después de comer y terminaban cuando se ponía el sol?
¿Dónde quedan las conversaciones entre amigos sin que ningún aparato tecnológico interrumpa esos diálogos?
¿Dónde queda todo eso? Y lo que es peor… ¿Qué nos deparará el futuro?
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